viernes, 28 de octubre de 2011

La falta

A veces me siento culpable de reírme, es ahí cuando me limito a llorar. No creo que esté dentro de mis derechos el poder disfrutar.
Hoy me reí, pensé mucho en vos. Quería llegar a casa y contarte que de una vez por todas me limité a crecer, que me animé y asumí que ya soy una alumna más en una universidad de, vaya a saber quien, muchos miles de alumnos. Poner un pié en el living y gritarte "preparate que si tengo suerte me toca de mañana y a las 7 tengo que estar allá". Me reí, porque me imaginé lo difícil que iba a ser hacerte entender mis nuevos horarios (con los viejos, más allá de que se repitieron por 3 años, jamás logré que te queden), pero de todos modos quería hacer el intento. 
Llegué a casa después de todo y llegué a tu cuarto también. Está tan vacío, tan frío.
Me acordé que ya no tengo como contarte, no tengo como decirte las cosas que siempre soñé compartir con vos.
Mi meta era ponerte orgulloso ¿Sabes? Poder sacarte una sonrisa para poder dejar en el olvido todas esas lágrimas que te saqué.
Hoy necesitaba decirte que siento que crecí, necesitaba poder compartir con vos todo lo que está en este momento dentro de mi. Quise permitirme darte un abrazo, dejar de ser tan dura y fundirme en tus brazos.
Otra vez miré, y no había nada.
Y sigo llorando, porque esto nunca voy a poder contártelo. Ni un perdón, y menos un abrazo.
Ni un saludo, una sonrisa.
[Y ese "Viejo, te amo, no te vayas que te extraño."]
Que triste me resulta sentir que esta es la única manera de poder expresarlo. Y que triste me resulta admitir que no crecí un carajo.

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